El Poder Calmante de los Brazos y el Movimiento

Un estudio reciente ha demostrado que sostener a un bebé en brazos tiene un efecto profundamente calmante sobre su sistema nervioso. 

Este contacto cercano, especialmente cuando el adulto está en movimiento suave, como al caminar o mecer al bebé, ayuda a regular su ritmo cardíaco y respiratorio, promoviendo una sensación de calma y seguridad. Este fenómeno de co-regulación emocional es esencial en los primeros meses de vida, cuando el sistema nervioso del bebé aún está en desarrollo y necesita la proximidad física para sentirse seguro.

Investigaciones científicas, como las realizadas por Kuo et al. (2013), sugieren que el movimiento rítmico durante el porteo produce una disminución significativa de la frecuencia cardíaca del bebé, lo que calma inmediatamente al infante y reduce su llanto. Estos efectos no solo favorecen el bienestar inmediato del bebé, sino que también fortalecen su vínculo con la figura de apego, facilitando su desarrollo emocional y social.

La co-regulación emocional entre el bebé y su cuidador tiene un origen evolutivo. En situaciones de peligro, la calma del bebé mientras es sostenido y protegido por su madre o padre es crucial para garantizar su seguridad, permitiendo que el adulto se desplace o huya sin causar alarma en el bebé. Este mecanismo refleja una adaptación evolutiva diseñada para proteger a los más vulnerables en momentos de estrés o riesgo.

Así, el contacto físico y el movimiento aportaban seguridad, calma y aumentaban las probabilidades de supervivencia.

Hoy, aunque ya no vivamos esas amenazas ancestrales, los brazos, el contacto y el movimiento siguen siendo para el bebé sinónimos de refugio, protección y amor.

Responder a esta necesidad no solo favorece el bienestar emocional del infante, sino que también fortalece el vínculo afectivo de manera segura y positiva.